Hoy escuché muchas veces la frase: “Personaje principal”…
todos, nadie… ninguno y el mundo entero al mismo tiempo. Ahí es donde la
capacidad del hombre se potencia, se expande, sublima o destruye.
Un instante, sólo un instante basta para que el entorno
cambie. Ese instante en que las palabras guardadas, donde el grito ahogado se
hace presente como un dolor en el pecho que va bajando por el hombro, el codo,
la muñeca, los dedos. El nudo en la garganta que no deja salir ni la más
pequeña brisa que, sin duda, devendrá en torrente cristalino con sabor a sal.
Las palabras más dulces, las más anheladas, las más llenas
de sentido provocan el vacío absoluto. Dos conversaciones… todos, nadie…
ninguno y el mundo entero al mismo tiempo en un instante y el vacío absoluto.
Llamada telefónica
Por su mente cruza la idea… una
idea que su soberbia (dirían algunos) no dejaba realizar. Una llamada, sólo
eso. Marcó la mitad de su contraseña y la borró. No se animaba a hacerlo, no
deseaba ser imprudente, empalagar y hacer todas esas cursilerías que le
encantan.
- ¡No debes ser imprudente!
Se lo repetía a sí y controlaba
su deseo. Pero, finalmente accedió. Marcó la contraseña completa y realizó la
llamada.
- Hola.
- Hola.
- ¿Cómo estás?
- Bien.
No podía articular palabra.
Quería decir tantas cosas y las palabras ahogadas se atragantaban en su pecho.
Quiso decirle cuánto deseó abrazar su cuerpo, sentir su aroma, resentir su
ausencia… pero no pudo.
- Sólo llamé para saludarte.
- Ah. Hola.
Algo se había resquebrajado en su
interior, pero no supo qué.
- Ah, bueno… pues adiós, entonces.
Quiso colgar, pero eso sería un
rasgo de soberbia… “sólo fue un error de comunicación”, pensó.
- Bueno, quería saber cómo habías llegado, si estabas bien…
- Ah, sí… Bien, gracias.
Iba por buen camino. Su tono se
dulcificó por un instante y la esperanza de que ese dolor de pecho
desapareciera, regresó. Pasaron algunos segundos que fueron eternos. Una
respuesta banal sobre quiénes eran sus acompañantes le hizo comprender que no
le diría más nada.
- Bueno, entonces ¿cuándo te veo?
- No lo sé… el domingo tal vez.
- ¿Hasta el domingo?, bueno.
- Adiós.
No quiso esperar respuesta, pues
todo estaba en su imaginación… sólo fue eso. Su imaginación entorpeciendo un
diálogo. Caminó y encontró a quienes le acompañaban. De inmediato notaron su
cabello “lacio como baba”. De inmediato notaron su falta de energía: “Te nos
estás bajoneando”. De inmediato notaron que algo pasaba: “En la mañana llegaste…
‘wow’ y ahorita…”. Sí, algo pasó, pero no supo distinguir qué.
Mensaje telefónico
Salió del espectáculo con
sentimientos encontrados. Alegre por haber hecho lo que tenía que hacer y con
un grado de melancolía por lo mucho que faltaba caminar. Llegó un mensaje que
ignoró. “Seguramente más noticias… avisos de muerte y soledad”. Después de un
rato revisa el mensaje. No fueron hados funestos, sino un mensaje de trabajo:
- Nos vemos a las 9 en…
- OK :) hasta mañana :) besos.
- Besos! Buenas noches descansa y sueña rico. Hasta mañana.
Algo se rompió en su interior y
el pecho comenzó a doler. En un par de horas el dolor pasó del pecho a la
garganta, al hombro, al codo, a la muñeca y los dedos. Nueve palabras rompieron
su interior… nueve palabras.
El corazón de cristal atravesado
por nueve palabras de compromiso. Sólo eso necesitaba. “En nueve palabras,
escritas con prisa, encontró lo que dos minutos de voz…” Ya no puede hablar. El
dolor del pecho ha abierto una fuente y el codo no deja de doler. Dos personas
distintas.
Aquí no hay personaje principal… todos, nadie… ninguno y el mundo entero al mismo tiempo.
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