viernes, 29 de junio de 2012

Compañía Noviembre 23


No sabía cómo iniciar con una actividad que llevaba años sin hacer, escribir. No escribir filosofía o aquello que tenga que ver con ella, sino algo más “superficial” a ojos de los exquisitos. Tampoco sabía si este espacio lo emplearía nuevamente y hoy me encuentro aquí escribiendo  algo que tal vez nadie lea o simplemente no publique; sin embargo, es un reclamo del alma que me quema.

Así, quiero iniciar con aquello que me vio nacer por segunda vez… el teatro. Tal vez en otro momento dedique varias letras a aquello que me enamoró de este nuevo camino que he decidido tomar, pero ahora sólo diré que mi amor por Sophia es más amplio, sin dejarla jamás, aunque una compañía: la 1123 me ha tocado en lo más profundo del alma.

Llegué nuevamente a la Facultad, mi amada facultad… aquella me vio nacer, aprender a caminar y juguetear en los pasillos comiendo esos deliciosos –por lo menos me parecían así- “pie de queso” en el kiosquito frente a la entrada de Filosofía. Sin embargo, ahora no regresaba como aspirante a filósofa y compartiendo la soberbia de mi generación y la constante competencia que nos llevó a límites inimaginables… por lo menos por mí. No. Ahora regresaba a un gremio de locos que sólo brincan y hacen ruido en los pasillos: Los niños ridículos de la facultad… Los teatreros.

¿Qué voy a hacer ahí?... ésa fue la pregunta constante de maestros (pregunta disfrazada con un lenguaje políticamente correcto) y ésa fue también la pregunta mucho más descarada y abierta por parte de amigos y colegas… algunos que iniciaron por desconocerme después o implicaron que ahora sería conocida como una “Filósofa poco seria”, sea lo que eso signifique.

En el área censurada –el área de teatros- para el resto de quienes no somos de ese gremio tan extraño, se abrió –por fin- ante mis ojos… No sabía qué encontraría ni si resistiría ese cambio tan grande.

Debo admitir que llegué llena de prejuicios… aquellos que se fueron disipando. Llegué llena de desconfianza y también pude caminar a pesar de los obstáculos.

La sinceridad, muchas veces políticamente incorrecta, de Ronaldo Monreal y su afán por hacernos crecer medio centímetro cada clase. La paciencia de Benjamín Gavarre ante los infantilismos de un grupo que está aprendiendo a crecer y sintiendo cómo es eso. El cuidado de Guillermina Fuentes y su apertura en cada clase al cuidarnos y tratar de encaminarnos por los senderos de la investigación. La aparente pasividad que se convirtió en acción demoledora de Mario Balandra quien nos enseñó a temerle al escenario… no por malo, sino por respetarlo y siempre buscar hacer algo verdaderamente digno en él. El maternalismo escondido y la camaradería incondicional de Aris Pretelin quien se angustiaba cuando veía que tropezábamos al desear aprender a caminar y como buena maestra… dejarnos caer y de ese modo aprender a sostenernos. Emilio Méndez cuyo corazón, compromiso, ánimo y fe en nosotros nos llevó no sólo a aprender a trabajar como compañía, sino que fue el precursor, junto con Gerardo Sotelo de un deseo materializado. Finalmente, Andrés Castuera que sólo fue mi maestro, ya que él daba clase matutina, quien me abrió la posibilidad de una escritura distinta… aquella que no creí ser capaz de hacer y ahora veo y deseo con fuerza.

Conocer a 24 amigos con quienes compartí, platiqué, reí, lloré, menté madres… a quienes reclamé, ofendí, regañé y con quienes me disculpé y asumí mis responsabilidades… No creo que sólo deba hablar de la utopía del encuentro, sino de las dificultades de cada paso, también. Amigos, casi hermanos y familia, cuyo corazón me impulsó cuando creía que iba a caer…

Cada uno de ustedes me llevó a entender que ese “gremio de niños ridículos de la facultad” es sólo el modo arbitrario, inconsciente, prejuicioso de quienes no conocen todo lo que implica hacer teatro. Hay mucho que hacer, cierto. Hay mucho que decir, cierto… pero sólo conociendo (y aquí recuerdo a Luís Villoro en ese libro base de epistemología que se lee en la Fac.) es como se puede comprender ese otro mundo… No sé si sea el mejor de los mundos posibles, pero sí es el que ahora me está enseñando quién soy, cómo soy (también) y, en general… Mis propias condiciones de posibilidad.

Siempre amaré a Sophia y diré (como alguna vez dijo un maestro admirable): “Hay que tener el valor y decir: "Soy Filósofo… malo, en ciernes, aprendiendo, pero… no es necesario ganar el Tour de Francia para decir que se es ciclista…" Sería muy raro decir: “yo no soy ciclista… soy estudiante de ciclismo”… Hay que subirse a la bicicleta y hacer filosofía”… Seré filósofa, pero en eso no se condensa mi ser… amo ver cómo mi mundo, poco a poco, se va convirtiendo en el mejor posible gracias a esos 24 amigos-hermanos y esos 7 maestros-guías incondicionales que vieron nacer a la compañía 1123, ahora “Noviembre 23” y también a los detractores que fueron motor indispensable.

Regreso a escribir algo que, quizá, nadie lea o a nadie le importe… y no me importa. Estoy aprendiendo a desear y seguir mis deseos… Hoy agradezco y seguiremos caminando… ¡Qué mayor felicidad que hacer lo que se ama!

Deseo comerme el mundo de un bocado… Sé que no puedo hacerlo, sé que nunca lo haré, pero el hecho de saberlo no significa que deba dejar de intentarlo…