sábado, 6 de septiembre de 2014



El miedo paraliza de la forma más efectiva que pude pensar. Tenía casi 7 años de no ver tu rostro. La última vez que te vi fue en los pasillos de la facultad y me dijiste que pensabas terminar de cubrir los créditos y regresar a esa comunidad para ser maestro. Deseabas estar donde hiciera falta.


No volví a verte, pero supe que tu compromiso con ciertas comunidades era contundente. Me contaste las condiciones en las que vive la gente y, después de un año allá, no podías regresar igual. Tus ojos habían cambiado, pero tenías miedo de volver. Es difícil la vida allá.


Ayer volví a ver tu rostro entre la gente y, sin embargo, no fue un momento de felicidad: una manta pegada en las paredes de la Facultad, nuestra facultad. Tu nombre escrito claramente y, al lado, “preso de conciencia”.

¿Tú?

Secuestro, eso dicen.

¿Tú?

Vi tu rostro suplicante en la pared, esa pared que tantas veces nos vio sonreír y donde alguna vez nos tomamos una foto juntos. El lugar donde me dijiste que me enseñarías a jugar ajedrez: tu pasión.
Un hueco en el estómago y una parálisis total. El tiempo se detuvo y sólo llegó una avalancha de recuerdos. Me parece increíble que después de 7 años y recordarte con tal cariño, ahora vea tu nombre y sepa que has sido torturado y no hay acusación o pruebas contundentes en tu contra.

¿Tú?

He aprendido con el paso del tiempo que 1984 está más cerca de lo que pensábamos en esos años de escuela y descubrimiento. ¿Cómo es que, ahora, pertenezcas al bando de “los malos”?, por lo menos eso es lo que “se dice”.

¿Tú?

Yo, sin fuerza en estas manos, sin decisión de tirarme al abismo… Yo, con miedo. Hoy descubrí que la estrategia fue efectiva. Tengo miedo por ti, por tu familia, por tus amigos y ese miedo me paraliza.
Tú, Enrique… tú.

Hoy no tengo fuerzas y estoy aquí sin saber más. No sé qué hacer. ¿Rezar?, ¿gritar?, ¿escribir?, ¿pensar?... nada, todo.

Tú en mi memoria, tú en mi corazón, tú en mi miedo. Tú y sólo tú.

Hoy, perdóname. Perdóname por enterarme un año después. Perdóname porque no sé qué hacer y no puedo creerme esa historia en donde tú eres un criminal mental como diría Orwell. No puedo creerla, pero tampoco sé qué hacer.