miércoles, 15 de mayo de 2013

Cuatro años y un día.



Eso bastó para que ella entendiera. 

Cada día caminé y veía a todas esas mujeres: Complexiones diversas y un mismo proceder… no hay dificultad en eso. ¡Cuántas veces me dijiste: “Eres un cabrón… misógino”!, y yo, sólo sonreía.  Las mujeres son sencillas todas quieren lo mismo: Abrazos, que las escuches, que las hagas sentir especiales y que te intereses por lo que dicen… ¡Es fácil!

Me preguntaste: “¿Realmente te interesas o te interesó lo que dijo?” En realidad no, pero es importante recordar o hacerte pasar por un imbécil… Su instinto maternal hace el resto.

Mi lista era inagotable –por lo menos algunas personas lo creían así-. Llevaba la cuenta en un tubo de la litera y estaba segura hasta que te percataste. Fuiste mi amiga, mi confidente, mi madre y mi cómplice… 

Después otra cosa. No me gustan los títulos… si le pones nombre adquieres responsabilidades y no las deseo… por lo menos no en ese momento y, ciertamente, no ahora. Sin embargo, tú cumplías perfectamente con ese papel:

·         Amiga: Escuchabas todas mis aventuras, mis deslices, mis coqueteos, frivolidades y pendientes… poco faltó para que fueras hasta mi secretaria. Siempre dispuesta a “picharme” un café o un cigarro.
·         Confidente: Te conté todas esas experiencias con mi madre y hasta te las arreglaste para “sacarme” ciertas verdades sobre mi pasado. Eras hábil para unir hilos… aunque los hubiera soltado meses atrás. Peligrosamente observadora.
·         Madre: Siempre preocupada por mí, por mis necesidades –aún cuando no pedía tu opinión o ayuda.
·         Cómplice: Estabas dispuesta a ser tapadera o pretexto cuando se me juntaban las Palomas en el palomar.

Un día te besé y todo cambió siendo igual. La diferencia fue el secreto, lo oculto… ¿Para qué mostrarte si no eres igual? No quise responsabilidades contigo.

Cuatro años y un día… y en esos mil cuatrocientos sesenta y un días viste todo, te cansaste de esperar y tomaste un camino nuevo.

Ya no recuerdo tu piel… no era peculiar.
Ya no recuerdo tus besos… he besado tantas bocas.
Ya no recuerdo cómo fue nuestra primera vez en ese hotel sin luces… y a pesar de ello, al encontrarte por la calle… sonreí.

Te veías ciertamente distinta… al igual que yo, pero ya pasaron tus veintiocho años –la edad de plenitud en las mujeres- estás rumbo a tu decadencia y avanzas a paso firme. Yo no me quedo atrás. Tenemos canas, pocas, pero ahí están. Piel marcada por el tiempo.

Después del café me dijiste algo curioso:

-“Tengo miedo… estoy viéndote en mi presente y tu viejo modo de deshacerte de las mujeres”.
-“Lo había olvidado… me lo hiciste recordar”, te dije.
-“Haces todo lo que ella odia de ti, lo haces ‘sin querer’ hasta que se canse y sea precisamente ella quien te deje. Tú no dejas a nadie… No aceptarías esa responsabilidad”.
-“Lo sé, qué tiempos aquellos”.
-“Cabrón, misógino”…

Reímos. Es sorprendente que tengas miedo… ¿Tú? ¡Quién lo diría!, la vejez te está pegando. Se acabó el sentimiento de autosuficiencia propia de la juventud. Nos despedimos, lloraste, dijiste que tenías miedo… Te estás enamorando y caminas por una cuerda floja y sin amarre. ¡En fin!

Nos despedimos, agradeciste… te acompañé al metro y vi cómo te despedías a lo lejos y te fuiste. Un pequeño gesto de caballerosidad nunca está de más. Mañana ya no recordaré esto… Después de todo tú también tienes tu número en mi lista…

sábado, 4 de mayo de 2013

No tengo el don de la palabra.



No encuentro las palabras, simplemente no las encuentro… hay cosas que se dicen sin sentir y momentos superfluamente sustanciosos. 

No tengo el don de la palabra… no puedo componer sonetos, aunque dicen que así se describe y presenta el amor.

No puedo hablar.

No puedo escribir.

No puedo amar, ni decir.

¿No lo siento?... No, no es así.

Catorce versos dicen que es soneto… y desearía poder encantarte con el don de la palabra. Gritarte cuántas cosas pasan en mi cabeza cuando estás lejos.

Abrazarte en la inmensidad del vacío.

Verter lágrimas de inmensidad.

Moriría por hacer poesía con nuestros cuerpos en medio de una danza…

Sin embargo, no he educado mi voz para gritarlo, no tengo la más mínima habilidad de movimiento, mis ojos están secos…  No eres mi Violante y aún así tienes poder sobre todos mis sentidos.

Pintura. Angelica Kauffmann “Sappho inspirée par l’Amour” de 1775.
Soy una mujer sencilla, sólo puedo soñarte en octosílabos trocaicos… aquellos que son silvestres y se mueven desde el corazón.

No, no encuentro las palabras… y desearía tener su don.