lunes, 9 de junio de 2014

Crónica de una obra en proceso… 4a parte: Mamíferos.



Era la temporada en que ella desplegaría sus colores esperando el plazo de su encuentro. Sentada y observando todo a su alrededor se percata de lo que no había visto hace tiempo: Todo está lleno de sombras que parecen moverse en una multitud de colores. Sombras que cargan pasados, presentes y futuros como una lápida sobre sus hombros. Rasgos tristes, defraudados, apresurados, molestos al andar… pocas figuras sobresalen de ese mar de sombras que, como autómatas, marcan trazos en el suelo al pasar.

     La luz cambió a verde, ella se levantó y siguió su camino, pero no podía dejar de ver que esos rasgos, parecidos a rostros y esencias humanas, seguían moviéndose como gelatinas a medio cuajar. Soltó una carcajada. La sola idea de una gelatina gris a medio cuajar moviéndose entre un mar de colores le resultó atractiva. ¿Cómo se vería ella en cualquier otro momento? ¿Sería también una gelatina gris, viscosa y pesada moviéndose trabajosamente entre la multitud? Ciertamente hoy no era ese día. Hoy se sentía ligera y caminaba con el asombro de ver lo que había olvidado ya y se movía por todas partes.

     Su mirada tenía un brillo peculiar que nada tenía que ver con las sombras y colores que delineaban sus ojos. Había algo más; un secreto, tal vez, y una sonrisa que no desaparecía a pesar de la multitud gelatinosa entre la que se abre paso al andar. Nunca se ha sentido pequeña y hoy no es la excepción, pero creo que sus mágicos amuletos tienen algo que ver. Botitas psicomágicas les llama. 

     Una división al norte que no es el norte y los héroes olvidados en un rincón del pelaje de un coyote le indican hacia dónde caminar. Sus botitas parecen tener voluntad propia y se apresuran a llegar al jardín cubierto de ramitas y árboles de colores: Tan grandes como para guardar sus secretos, tan pequeños como para espiar sueños. 

     Cruzó la puerta donde las gelatinas se terminan y comienzan las risas de quienes no han perdido la fe en el otro. Ella camina entre esas risas y aleteos constantes, esquivando los sueños y viéndolos volar sin despegar los pies del suelo. Llegó a la pequeña terraza desde donde puede verlo todo. Se sentó y sólo esperaba a que se cumpliera el plazo para su encuentro.

     Las horas pasaban y Burocracia seguía ahí: paralizada como suele estar y observando desde la mesa aquello que no comprende. Ella seguía sentada observándolo todo con Burocracia al lado esforzándose por ser tomada en cuenta. Hoy no será el día… se quedará esperando, pero no lo sabe aún. Burocracia, aburrida, sólo observa y, después de una eternidad regresó a su cueva donde tanto aleteo no distraiga su rutina. 

     Pasaron una, dos, tres vueltas y ella sigue observando. Durante todo ese tiempo lo ha observado desde la terraza. Es él… Él. 

     Sé que saben que se encontrarán, pero ambos evitan sus miradas a pesar de saberse ahí: a pocos metros de sus manos, de sus ojos, de su piel, de su aliento, de su voz. Extraña naturaleza. El chirrido anuncia el fin de la jornada y ella se dispone a regresar al mar de gelatinas viscosas, pero esperando que el encuentro –que la ha mantenido con el brillo en sus ojos- se cumpla. En fin, parece que no será el día. A punto de salir, mira atrás y, a lo lejos, lo ve pasar. Ahora tiene 2 opciones: salir o quedarse. 

     Ha olvidado algo –por fin tomó la decisión de lanzarse al agua. Sus botitas psicomágicas son suficientes para saltar sin miedo… ellas la cuidan. Extraña naturaleza. 

     Regresa y abre el baúl donde esconde sus miedos. Él pasa junto a ella –él también la buscaba, aunque ella no lo crea así. Una sonrisa, un saludo cortés, una pregunta simple: 


-“¿Va a estar en…”
-“No. Ya salí, sólo que olvidé algo…”
-“¿Y ya se va?”
-“No. Bueno…”
-“Traigo lo que le iba a mostrar”


Ella se quedó. Lo siguió. Él, tímidamente, mostró un pequeño cofre donde escondía sus tesoros, indescriptibles a plena vista. Ella no dejaba de sonreír, nunca había visto nada como eso. Lenguajes extraños, palabras que vuelan en el aire. Lo desconocido se abre paso y se transforma en claridad. Él tiene miedo de aburrirla con objetos tan tediosos. Sólo la observa, ella se sorprende, imagina, se confunde y restaura. Su mirada brillante ahora es como la de un niño que descubre el mundo. Todo es nuevo, todo es brillante, todo es confuso, todo es… simplemente es y se abre paso ante sus ojos. Él no puede dejar de observarla y ese entusiasmo verdadero lo incita a seguir mostrando sus tesoros. No había muchas posibilidades de entendimiento entre los dos y, sin embargo, pareciera que todo se acoplaba sin resistencias.

     Pasó una hora. Ella lo hizo: le pidió que escribiera en su libreta. Sin dudarlo, escribe -tiene linda letra. Ahora posee una forma de comunicarse a la distancia. Está por despedirse de él, con la promesa de comunicarse después. Él siente y ve que ella se le escapa  de las manos y quiere retenerla un poco más, aunque sea sólo un momento más. Le extiende una hoja y le pide que también escriba unas líneas para él. Sorprendida toma la hoja y escribe con mano temblorosa. Por un momento se vio a sí misma como esa gelatina pesada y viscosa; tediosa a la vista, pero él deseaba tener contacto a la distancia con ella.

     ¿Qué vieron el uno en el otro? No lo sé, pero vieron algo. Tal vez el brillo en sus ojos, tal vez el secreto que cada quien guarda para sí, tal vez la timidez, tal vez la expectativa, tal vez sus miedos… tal vez, tal vez… Se despidieron con la promesa de una doble vida: formalidad en un entorno controlado, familiaridad en otro lugar. ¿Otro lugar?, una promesa. Una promesa es lo que cada quien se lleva entre las manos.

     Ella regresó al mundo exterior, no quiso mirar atrás. Caminó por las calles llenas de colores mientras la lluvia caía sobre su piel y sobre los árboles que ahora guardan su secreto. La lluvia arruinó parte de sus colores, pero no importó porque sus botitas ya la habían llevado a lanzarse al agua. ¿Sus botitas?, eso es lo que quiere creer, pero, en su interior, sabe que la magia está en todas partes; la ha visto, la ha sentido y la compartieron durante una hora. Tiene las manos cerradas y en ellas lleva la promesa. Él guardó la suya en su maleta, junto al baúl donde esconde sus tesoros.

     Promesas guardadas, extrañas naturalezas, magia en todas partes… cosa de mamíferos que están aprendiendo de sí.